Bajar de peso y recobrar la salud
no es sólo cuestión de alimentarse sanamente y hacer actividad física, este
proceso (engorroso por demás) implica tomar la seria decisión de hacer cambios
trascendentales en nuestro estilo de vida.
Un día me paré frente del espejo y con serenidad analicé cada una de las
partes que componen mi cuerpo, me senté en la cama e hice un escrito (que
quizás algún día publique) en donde me describí a mi misma, definí todos los
logros alcanzados en mis 25 años de vida (para el momento) y en todo lo que
deseaba hacer mientras esté en ésta tierra: viajar por el mundo, correr en un
maratón, tener un hijo, entre otras cosas.
Pues me di cuenta que en mi condición física por lo menos 8 de las 10 cosas que anoté son prácticamente imposibles. Recordé las veces que sudé pensando que no me serviría el cinturón de seguridad del avión, o las veces que tuve que pararme a descansar antes de llegar a casa luego de una caminata, imaginé el dolor intenso que sentiría en mi columna al cargar el peso de mi bebé, sin describir lo que sentí al pensar que no podría sentarme en el piso a juagar con él. Volví al espejo, miré mis ojos y me dije: “acá hay algo que sobra, que no me permite alcanzar mis sueños, eso debe desaparecer”.
Dejar de ser obeso no es una meta, es un camino por recorrer. La meta es recobrar la movilidad, es sentirme bien, es poder liberarme de la cárcel de mi propio cuerpo y poder sonreírle a la vida de un modo distinto. Cada quien debe buscar su motivación, es la manera de arrancar. Cada paso nos pone más cerca de la meta, sólo la lluvia cae del cielo. Vivamos un día a la vez.
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